lunes, 18 de marzo de 2013

La docencia universitaria: reflexiones tras (casi) tres años de experiencia

Estoy actualmente en mi tercer año como docente universitario. Prevamiente me había dedicado casi con exclusividad a actividades de investigación y, lógicamente, la dinámica de mi trabajo ha cambiado radicalmente en este tiempo. La docencia te "quita" tiempo para la investigación, aunque en realidad puede ser vista como una oportunidad de mejorarla. En realidad, ambas actividades están clarísimamente interconectadas: la investigación te da elementos básicos para una mejor docencia y la docencia enriquece, sin ninguna duda, la investigación. Mi experiencia como estudiante así fue: mis mejores profesores fueron aquellos que también tenían un reconocimiento en el mundo de la investigación, sin absolutamente ningún lugar para la duda.

¿Qué tiene de positivo la docencia universitaria para el que tiene vocación e interés investigador? En primer lugar, la preparación de las clases es equiparable a la escritura de un artículo para una revista de alto impacto. No sólo se trata de preparar unos temas, sino que pretender transmitir un mínimo mensaje creíble, comprensible y mínimamente útil es un desafío en el que hay que poner todos y cada uno de los sentidos. Si no lo haces, al igual que la revista te rechaza el artículo, los estudiantes te pasan la factura correspondiente. Y aquí viene lo que para mí es lo más positivo de la docencia: el contacto con la realidad que te transmiten los estudiantes. Son ellos los que te motivan a hacerlo mejor y sobre esto sí que he notado en estos tres años cambios importantes: la situación socioeconómica actual (la crisis y la pérdida de referentes de futuro en los jóvenes) está haciendo llegar a la universidad a estudiantes cada vez más activos y más críticos. Al menos esa es mi experiencia. Yo procuro darles lugar a que hablen e intervengan, a que aporten sus propios ejemplos a los contenidos teóricos no siempre fáciles de transmitir y comprender. Muchos de ellos trabajan además de estudiar (mi sensación, no demostrada científicamente, es que tengo este año más estudiantes que trabajan que el curso pasado). Esta experiencia de la vida, las dificultades crecientes que impone la universidad con las continuas subidas de tasas, es la que causa que cada día sean, o así deberían ser, más exigentes. Y todo esto es muy bueno, para los profesores que nos lo tenemos que trabajar más y mejor y para ellos mismos, que si la fórmula funciona acabarán con mejor formación que sus antecesores de hace unos pocos años.

Sí es cierto que en esta fórmula falla un factor: esta presión hacia un mejor profesorado se ve dificultada por la creciente precarización del mismo. No lo podemos olvidar: tenemos mejores profesores que los que había hace unos años, pero muchos de ellos apenas cobran 500 euros al mes. Todo tiene que saberse.

La docencia universitaria, en sí misma, y en mi opinión, no tiene nada negativo. Realmente a mí es una actividad que me gusta mucho y creo que tengo margen para mejorarla en gran cantidad. Pero no podemos obviar problemas comunes de la universidad española en particular: el primero es que la organización de la universidad española actual (incluyendo el tema de la precarización) dificulta que el profesor pueda preparar en condiciones óptimas su docencia y realmente desarrollar una investigación de calidad. Esto únicamente sucede con relativo éxito a costa de semanas de más de 50 horas de trabajo, y no exagero. Con una planificación normal del tiempo, el dedicado a la organización de la docencia a menudo no es suficiente. Si a eso le sumas actividades de gestión de la universidad, cada vez más burocratizadas, que realiza el profesorado, la situación se complica aún más, en número de horas y en dispersión del trabajo realizado.

Pero no escribo hoy únicamente para quejarme. Quiero aportar soluciones, también desde mi experiencia docente y mi reciente experiencia en gestión universitaria. El problema es principalmente de la organización de la docencia en la universidad española, decidida y organizada como un estructura burocrática más en lugar de como una serie de programas de formación basados en la transmisión y acumulación de conocimiento. La historia viene de lejos, pero en la época actual esto tiene nombres y apellidos: la adaptación española al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Han leído bien: el problema en sí no es el EEES, que tiene mucho de positivo en su aplicación en otras partes de Europa, sino la forma que se le dio en España. Sin muchos detalles que podrían distraer al lector, vayamos a la especificidad del EEES en España: en primer lugar, mientras que los grados universitarios en toda Europa son de tres años, en España se decidió que fueran de cuatro. ¿La razón? ¿Argumentos científicos o de formación? ¡No! Argumentos burocráticos: reducir la formación universitaria básica a tres años implicaba reducir "carga docente" a esa sacrosanta estructura universitaria: los departamentos. Mientras que los estudiantes europeos se forman, en general, con un primer año de enseñanzas básicas, un segundo de materias especializadas y un tercero eminentemente práctico, aquí se mantuvo otra estructura sagrada, del primero al cuarto año: las asignaturas. Esas unidades docentes estáticas y tan difíciles de cambiar y adaptar a los avances del conocimiento. Mientras que en Europa las materias se adaptan a la especialización del profesorado, en España es el profesorado el que se tiene que adaptar a la asignatura, el que se tiene que "preparar una asignatura que no ha impartido nunca". La diferencia es impresionante.

Pero las asignaturas de cuando yo estudiaba aún tenían cierto espacio de adaptación por parte del profesor (a veces con resultados positivos, a veces con resultados deplorables). Existía la famosa libertad de cátedra, que cada cual usaba, eso es cierto, a su antojo: el buen profesor para bien, el mal profesor para mal. Ahora no. Ahora la libertad de cátedra se limita a adaptar los contenidos al (atención a la siguiente expresión básica) "plan docente", una especie de programa elaborado a veces por el profesor y otras veces por otra persona que ni siquiera imparte la asignatura, que delimita el temario y las actividades de evaluación, todo esto con un vocabulario tipo LOGSE de competencias y capacidades (en España no se habla de conocimientos. esa "cosa" tan rara). Toda una limitación a la famosa libertad de cátedra.

¿Cuál sería la solución? Evidentemente, un cambio radical que pasara por vincular íntima y estrechamente la docencia a la investigación. ¿Cómo? En primer lugar, reclutando para la universidad a profesores que sean también investigadores. En segundo lugar, promoviendo y facilitando que sean los profesores, evidentemente con un control democrático de la planificación de las distintas formaciones, los que promovieran su propia docencia especializada, vinculada a su investigación actual. Me explico: hasta ahora, cuando llega el mes de abril y mayo, lo que ocurre en la universidad es que a los departamentos se les transfiere un "encargo docente", que contiene un listado cerrado de asignaturas que tienen que impartir. Dicho listado se transmite al profesorado y se le invita a elegir las asignaturas de la lista que desea impartir. Lo más frecuente es que, dependiendo de tu estatus, antigüedad u otros criterios te asignen las asignaturas (valga la redundancia) que has pedido, o bien te asignen otras que hay que cubrir obligatoriamente, aunque el profesor en cuestión no domine la temática concreta de la materia asignada. Es totalmente lo contrario de lo que debería ser. ¿Cuál es mi propuesta? Pasaría por varios cambios radicales:

1) Lo ya dicho, reclutar a profesorado competente en investigación.
2) Adaptarnos de verdad al EEES, en duración de los programas formativos y en organización de los mismos.
3) Reducir la carga docente y simplificar los procesos burocráticos. Ahora la docencia se cuenta en créditos que imparte un profesor (24 créditos como medida básica según la LOU) o bien en horas (en Barcelona se llaman horas PDA, un complicado sistema de control de horas que tiene pinta de estar más inspirado por un representante sindical que por un docente académico o investigador).
4) La reducción de la carga docente pasaría a establecer un máximo de 3 cursos obligatorios al año para un docente-investigador a tiempo completo: 1. Un curso anual de formación básica de la disciplina (en el caso de un sociólogo, lo básico sería Sociología General, Estructura Social, Metodología y Técnicas de Investigación y/o Teoría Sociológica, además de las formaciones comunes a las ciencias sociales: Economía, Historia, Ciencia Política, Estadística...); 2. Un curso semestral de formación especializada propuesto a la universidad, en períodos de tres o cuatro años, por parte del propio profesor. Es decir, además de impartir un curso básico, el profesor plantearía un programa de estudios especializado basado en sus investigaciones que, obviamente, debería pasar por la aprobación de la universidad para evitar solapamientos y garantizar la necesidad para el programa formativo del curso propuesto. Esto generaría mucha competencia (positiva) entre el profesorado, por ser aquél que atrae a más estudiantes a su curso. La calidad se vería claramente potenciada; 3. Un seminario de formación especializada para estudiantes de máster o tercer ciclo, abierto a la inscripción de estudiantes de los diversos programas de formación dentro de un área de conocimiento. El conocimiento especializado no se puede encorsetar en asignaturas, ¡menuda barbaridad! Una de mis mayores sorpresas al llegar a la universidad fue precisamente ésta: no sólo son los grados los que se dividen en asignaturas, ¡también los máster universitarios! Me pareció y aún me resulta increíble, en lugar de existir una oferta de formación superior especializada de seminarios vinculados exclusivamente a la investigación científica.

Esta nueva organización de la docencia dejaría mucho más tiempo para mejorar el rendimiento investigador y favorecería, de forma clarísima, al nivel y la calidad de la formación académica de nuestros estudiantes. Pero sé que grito en el desierto, y más aún en la época actual. No me van a hacer caso. La universidad pública española seguirá su proceso de precarización y burocratización si no hacemos nada. Al menos, aquí planteo una solución para abrir el debate.

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